lunes, 10 de abril de 2017

Mirando desde lo más alto

Natación supo jugar el partido en su cancha y así venció a Santa Fe 42 - 36 por la quinta fecha del Torneo del Interior “A”.
Amado y odiado pero siempre respetado.
La lluvia caía sin parar en aquella tarde de sábado. El frío se hacía sentir como si fuera otra la estación y no otoño. El viento resoplaba, haciendo que el llorar de los cielos se moviera constantemente. A la vista de aquel imponente icono para el rugby como lo es la “H”, se podía apreciar que ese encuentro en Avenida Benjamín Araoz entre Natación y Santa Fe iba a ser más una batalla campal, en aquel suelo barroso que antes era una cancha verde, que un partido por la zona 2 del Torneo del Interior “A”.


El clima no era el adecuado. La lluvia combinada con frio te advertía una cálida visita al hospital. Las tribunas eran charcos que parecian lagunas por cómo se acumulaban. Aquel verde que podia apreciar a mis pies se volvio marron. Las personas llevaban techos moviles para no mojarse. Lo único distintivo de esa tarde gris fue el blanco perla de la camiseta local, el amarillo fosforescente del árbitro y el albo celeste de la ovalada.


Sin embargo, ni el clima ni nadie iba a detener aquel evento. Jugadores, árbitros y espectadores solo faltó ese ¡¡beep!! del silbato para que el reloj comience a andar.


Los minutos corrían. Ambos conjuntos demostraron su fiereza al jugar y así intimidar a su contrincante. En aquellos 40 minutos iniciales pude observar de más cerca aquel llamativo juego. Fue el try de la visita, que ingresando por mi mano derecha asentó la ovalada en mi jardín trasero. Luego aquel grito de su capitán, que señalándome como si hubiera cometido un crimen gritó: “Vamos a ir a los palos señor juez”, y acertando en el centro de mi estructura exclamó con emoción: vamos, vamos”.


Luego fue todo confuso. Aquellas rápidas, excéntricas y precisas jugadas que veía de cerca se fueron hacia el otro lado. El mirar adelante fue como verse en un espejo, otra “H” pero del otro bando. Solo mirando hacia abajo se podía entender que el local había entrado en juego y que empezó a desatar su juego.


El llanto de una bocina situada en una banda del campo advertía el final de la primera mitad. Separándose del juego cada jugador siguió a su camarada como batallón en entrenamiento. Ese blanco cálido de la camiseta local se tornó en un oscuro color. No había expresiones en las caras de los deportistas, ya que la lluvia y el barro del campo las cubrió por completo.


Ya listos, frescos, enlistados, formados y preparados el capítulo final se puso en marcha. Esta vez el dueño de casa fue más aguerrido para atacar y aumentar en el tanteador. Así el juego estuvo inclinado para mi visión.


En el pasar del tiempo los tries se hicieron más frecuentes, los jugadores se lanzaban a los brazos del aire que los dejaba con suavidad en el duro césped. La pelota volaba de banda en banda. De momentos se sentía un impacto brusco sobre unas de mis piernas cubiertas por colchonetas.


Fue así que aquellos 2400 segundos llegaron a su fin. Esas gotas que descienden del cielo se mezclaron con las lágrimas de los jugadores locales, que tras largo partido pudieron gritar: “Si, lo conseguimos, ganamos”, ese 42 - 36 no reflejó el esfuerzo dejado en la cancha y todo por tratar de obtener ese preciado e insípido objeto elíptico.

Tras los largos aplausos, abrazos y saludos mutuos de ambos equipos. El campo se fue desalojando de poquito. Los santafesinos se volvieron a sus tierras. El local se fue a festejar al bar. El público, parte se fue a su casa y otra se quedó a celebrar. Las pelotas se guardaron. Los protectores se almacenaron y luego la soledad se alzó. La espera se hará larga, seis días tendrán que pasar para volver a ver un espectáculo igual.


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